Pterigión, ¿cómo combatirlo?

Pterigion

¿Qué es?

Es un tejido fibrovascular que crece desde la conjuntiva invadiendo la córnea, adoptando una forma triangular, como si fuera una “tela” que avanza sobre el ojo. El sector nasal es donde aparece con mayor frecuencia. No es una enfermedad grave pero puede causar molestias y afectar a la estética ocular. Progresa lentamente, aunque puede variar su presentación, desde formas leves y atróficas (típicas de pacientes mayores) a otras más agresivas con crecimiento rápido (más común en jóvenes) que exigen un tratamiento más precoz.

¿Cuáles son las causas?

La exposición prolongada a la luz solar es el principal factor predisponente para padecer un pterigión. Por eso, los lugares geográficos donde más se produce esta patología son los países cercanos al ecuador con más horas de sol. También contribuyen a su aparición otros elementos medioambientales adversos como son: ambientes secos, viento, polvo, calor, etc. Por este motivo las personas que pasan más tiempo realizando actividades al aire libre están más predispuestas a sufrirlo.

¿Qué síntomas produce?

Las molestias que produce a nivel ocular son de intensidad variable. En ocasiones, es apenas visible y asintomático, pero a medida que avanza, su crecimiento implica mayor enrojecimiento en la zona y la aparición de síntomas inespecíficos como ardor, picor, escozor, sensación de tener arenilla en los ojos, sequedad local, tirantez y mayor sensibilidad a la luz (fotofobia). Los pacientes con esta patología se sienten molestos más en ambientes secos o con corrientes de aire (viento, bombas de calor/aire acondicionado), y también con actividades en las que se presta atención visual mantenida como la lectura, la conducción o la visualización de pantallas. Pueden llegar a tener visión borrosa, aumento del astigmatismo e incluso visión doble en casos severos. Las medidas terapéuticas se adoptan en función de la intensidad de los síntomas, la evolución y la repercusión en la calidad de vida del paciente.

¿Cómo prevenirlo?

El uso de gafas de sol con filtro ultravioleta y cualquier medida que evite el daño de los rayos solares sobre la superficie ocular (por ejemplo, llevar una gorra o sombrero) son medidas siempre recomendables que pueden disminuir la aparición e incluso frenar el desarrollo. A su vez, el cuidado y protección del ojo de la acción de factores externos adversos (polvo, viento, agentes tóxicos…) son aconsejables. El uso de lágrimas artificiales, preferiblemente sin conservantes, ayuda a mantener un ambiente saludable en la superficie ocular. Del mismo modo, deben realizarse visitas al oftalmólogo en las que recomendará al paciente el tratamiento más adecuado en función de su evolución.

¿Cómo se trata?

Ante la presencia de un pterigión pequeño y asintomático puede adoptarse una actitud conservadora, recomendando las medidas preventivas que también pueden disminuir su progresión. Si el paciente refiere ya sintomatología molesta, precisará una valoración oftalmológica que establezca su nivel de importancia y la estrategia a seguir.

La irritación local puede ser manejada con el uso de lágrimas artificiales que hidratan, estabilizan la película lagrimal y proporcionan lubricación, reduciendo el roce del parpadeo sobre la zona. Además, el médico puede prescribir medicación y colirios para el control de la inflamación ocular.

Si las molestias oculares o visuales son mayores y comprometen la calidad de vida y la estética ocular, la cirugía puede ser la solución requerida más definitiva. A pesar de que tras una extirpación, en algunas ocasiones, puede volver a crecer, la realización de una buena técnica quirúrgica en manos de un cirujano experto, presenta muy buenos resultados y escaso número de recidivas o complicaciones.

La cirugía empleada para eliminar dicha patología se efectúa habitualmente de forma ambulatoria con anestesia local, empleando alrededor de media hora. Actualmente, la técnica quirúrgica más utilizada comprende realizar una resección del pterigion y del tejido inflamatorio asociado, seguido de una reconstrucción de la superficie ocular mediante el autotrasplante de un injerto conjuntival del mismo paciente. No es un procedimiento complicado, y requerirá cobertura analgésica para las primeras horas y un vendaje que se retira al día siguiente. El tratamiento posterior con gotas oculares se prolonga varias semanas para minimizar las molestias y reducir la inflamación, posibilitando alcanzar altas tasas de éxito y satisfacción de los pacientes operados.

Dr. Antonio J. Mateo Orobia

Dr. Antonio J. Mateo Orobia

Información sobre seguridad

Las ICL se han diseñado para la corrección/reducción de la miopía en adultos de entre 21 y 60 años con una graduación de entre −0,5 D y −20,0 D con o sin astigmatismo de hasta 6,0 D, y para la corrección/reducción de la hipermetropía en adultos de entre 21 y 45 años con una graduación de entre +0,5 y +16,0 D con o sin astigmatismo de hasta 6,0 D. Para asegurarse de que el cirujano use las ICL que mejor se adapten a su ojo, antes de la intervención refractiva, la miopía, la hipermetropía o el astigmatismo deberán llevar al menos un año estables. Las ICL mejoran la vista, por lo que no tendrá que usar gafas ni lentes de contacto. No obstante, las ICL no eliminan la necesidad de usar gafas para leer, incluso si no las ha usado antes. Las ICL implican el uso de una intervención refractiva alternativa, como la queratomileusis in situ asistida con láser (LASIK), la queratectomía fotorrefractiva (PRK) y las intervenciones de incisión, o de otros medios de corrección refractiva, como las gafas y las lentes de contacto. La implantación de las ICL se considera intervención quirúrgica y, como tal, implica riesgos posiblemente graves. A continuación, se indican las posibles complicaciones y reacciones adversas asociadas con la cirugía refractiva en general: intervenciones adicionales, desarrollo de cataratas, pérdida de la vista corregida, aumento de la presión intraocular, pérdida de células en la superficie interior de la córnea, conjuntivitis, inflamación aguda de la córnea, inflamación persistente de la córnea, endoftalmitis (infección ocular total), deslumbramientos y/o halos alrededor de las luces, hifema (presencia de sangre en el ojo), hipopión (presencia de pus en el ojo), infección ocular, desplazamiento de la ICL, edema macular, pupila no reactiva, glaucoma de bloqueo pupilar, inflamación ocular grave, iritis, uveítis, pérdida del humor vítreo y trasplante de córnea. Antes de contemplar la posibilidad de usar las ICL, debe someterse a una revisión oftamológica completa y hablar con su oftalmólogo sobre la implantación de ICL, especialmente por lo que respecta a los posibles beneficios, riesgos y complicaciones. Deben hablar también sobre el tiempo necesario para la recuperación tras la intervención.

Referencias

Citas

1. Patient Survey, STAAR Surgical ICL Data Registry, 2018

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*American Refractive Surgery Council